El trabajo es una manera de ser-en-el-mundo.
Todos llegamos a la existencia con una gran oportunidad: hacer algo para otros, hacerlo para el mundo, hacerlo para el futuro. Ese desprendimiento del “para mí”, es lo que llamamos auto-trascendencia. Al “hacerlo para otros”, esa especie de olvido de mí, paradójicamente, me plenifica. Algo así como si vaciándome en la entrega, más me llenara de humanidad.
El trabajo es una manera de hacer arte.
Los griegos hablaban de la “presencia poética del hombre en el cosmos”, haciendo re-ferencia a la oportunidad que tiene de plenificar la realidad. Y puede hacerlo con su sola presencia. La “poiesis” no hacía referencia a escribir poesía como Borges, pintar acuarelas como Durero, diseñar como Gaudí o bailar como Baryshnikov, cantar como Piaff o… No, no se referían a eso solamente. El hombre es quien está llamado a redi-mir la realidad, mejorarla, enriquecerla en dignidad. Cuando del árbol cuelga esa manzana deliciosa, el prodigio de esa fruta también habla de la mano de quien la ha cultivado, del esmero puesto en su crecimiento, del amor en su cuidado. Porque la naturaleza, poderosa y magnífica, también necesita del hombre, tanto como el hombre necesita de la naturaleza. Y la generosidad de ambos, en mutua acción, transforma la realidad en arte.
El trabajo es dignificado por la persona.
Muchas veces he escuchado que “el trabajo dignifica”, haciendo referencia a una mo-ral de la responsabilidad, del servicio, del trabajo. Moral en la cual he sido educado y en la cual he pretendido educar a mis hijos. Pero, de todos modos, estoy convencido que “la persona dignifica al trabajo”, sencillamente porque no existe nada más digno que la persona, y es ella la que otorga dignidad a toda la realidad. Nada de la reali-dad existente en el ámbito natural, puede estar por encima de la persona, portadora de una dignidad dignificante, es decir, una dignidad que manifiesta y propaga.
Es así que, un trabajador es un poeta, no importa de qué trabajo se trate, sea éste de fuerza física, de investigación de laboratorio, de oficina, de taller o de estudio, de fábrica o de consultorio, de campo o de aula, cualquiera; un artista que trabaja para que este mundo sea un poquito mejor, cada día, humildemente, cumpliendo con su tarea de la manera más responsable posible, de manera anónima. Cada día el mundo celebra el inicio de una nueva jornada de trabajo, porque sabe que por la noche, son-reirá agradecido a cada trabajador, por el bien producido. Celebremos hoy el día del trabajo con la misma disposición que celebramos a los poetas, los artistas; con la mis-ma satisfacción, con el mismo agradecimiento y emoción que sentimos ante una obra de arte. Celebremos al obrero y al empresario, al docente y al servidor público, al in-vestigador y al técnico, al profesional y al empleado, al peón y al capataz, al trabaja-dor en actividad y al jubilado, con la misma gratitud que lo hace cada noche, al final de la jornada de trabajo, el mundo, redimido por todos ellos.