Lo esperó toda la noche. Estaba dispuesto a verlo y hablarle. Se escondió detrás del frondoso árbol de Navidad que había armado su abuela. Luchó contra el sueño y perdió, quedándose dormido en medio del prender y apagar de las guirnaldas que lo adornaban.
De repente, sigiloso y atento, apareció. Al acercarse lo vio dormido, e intentó dejar los regalos que le traía al pie del arbolito. A pesar de su sigilo, fue inevitable que algunos adornos tintinearan, y el niño despertó. Ambos quedaron cara a cara.
El niño aprovechó y le dijo: “Querido Papá Noel, te estaba esperando, sabía que vendrías… me da mucha alegría verte” Él dudó y no supo que contestar. Balbuceó unas palabras sin sentido, como no pudiendo salir de la sorpresa de haber sido descubierto. Pero el niño no le dio ocasión de decir algo y prosiguió.
“Agradezco tus regalos, estos y los de los años anteriores, pero en esta Navidad quisiera hacerte una pregunta. Es algo que me inquieta más que los regalos que hoy pudieras traerme. Díme –continuó- ¿cómo haces para llevarle regalos a tantos niños, a todos los niños del mundo?”
Él sonrió y dudó. Sabía que debía darle una respuesta e intentó hacerlo. “Mira, hijo mío, en Navidad ocurre algo mágico. Allí en mi hogar, el Polo Norte, cuento con muchos amiguitos que pasan todo el año dedicados a preparar la Navidad para que en cada hogar brille algún regalo en su arbolito”
“¿Son los duendes del Polo Norte los que hacen los juguetes? Leí acerca de ellos en un hermoso cuento que me contó anoche mi abuelo”
“Nooo, -respondió-no son solo juguetes. En muchos hogares dejamos alimento, en otros zapatos, en algunos, esperanza… en cada casa aquello que necesiten… Ese es el sentido de la Navidad”
“¿Y cómo haces para llegar a todos los hogares del mundo, cómo haces para cargar con tantos regalos en tu trineo y con una sola bolsa?”, insistió el niño.
“Bien -respondió-, ocurre que se trata de un saco mágico”
“El niño lo miró con sorpresa . él continuó. “Sí… es mágico. Cuánto más saco de mi bolsa, más llena queda. Con cada regalo que doy, aparecen dos más en mi bolsa. Y así, la voy vaciando y se va llenando, vaciando y llenando, vaciando y llenando… y ¡cuánto más la vacío, más se llena! Y cuando llego a cada casa, mágicamente aparecen en mi bolsa los regalos que allí necesitan… y allí los dejo”
“Oh Papá Noel –dijo el niño-cómo quisiera tener una bolsa mágica como la tuya… “
“¿Para qué quieres tener una bolsa como la mía?”
“Para poder ayudarte en Navidad repartiendo regalos por todo el mundo…”
“Querido hijo, acabo de decirte que cuando llego a cada casa, en mi bolsa aparecen los regalos que allí necesitan. ¿Sabes qué? Ya tienes esa bolsa que deseas. Está en ti. Busca en tu interior y encontrarás aquello que el otro necesita, estarán allí los regalos que pudieras repartir. Al hacerlo, me estarás ayudando y juntos estaremos preparando la Navidad. Tienes para repartir compañía para el que está solo, esperanza para aquel que vive a oscuras, consuelo para el que sufre, podrás compartir tu mesa con el que tiene hambre, tu alegría con el que está triste, tu fe con el está perdido… “
El niño permaneció callado. Tras una brevísima pausa, continuó: “En el fondo, hijo mío, la magia consiste en conservar un corazón idealista, que no pierda la confianza en que un mundo mejor es
posible. Vive la Navidad procurando que cada lágrima se transforme en estrella, cada tristeza en sonrisa y cada corazón en un refugio para recibir al niño Dios. Así, juntos, construiremos una Navidad feliz para todos”
El niño se quedó dormido. El abuelo, se puso de pie y en la penumbra de la sala, solo iluminada por la intermitencia de las guirnaldas, se retiró en silencio con la alegría de haber sido Papá Noel por un momento.
Al despertar, a la mañana siguiente, el niño corrió hasta el cuarto del abuelo y lo despertó, para contarle, excitado, el encuentro que había tenido con Papá Noel.