Editorial de Noviembre 2014: "Sonrisa (para Mónica)"

Cuando el tiempo pasa por nosotros, descubrimos la huella de su paso en lo que llamamos “envejecimiento” Son arrugas, canas, cambios en general en nuestro organismo, que asemejan simplemente el uso que hemos hecho de nosotros mismos en el curso de la vida. Como un hermoso traje de lino que, con el primer movimiento, ya empieza a arrugarse. Y aún cuando intentemos evitarlo, se seguirá arrugando. Y con cada intento de plancharlo, se arrugará más y más. Porque el “mejor lino”, es aquel que más se arruga. Y así vamos viviendo. Algunos amargados por las arrugas, otros desviviéndose en el vano intento de plancharlo, y los elegantes, aquellos que saben cómo llevar su traje de buen lino. Estos últimos, además, son los que saben cómo pasar por el tiempo dejando su huella. Es decir, no sólo no se amargan con las huellas del tiempo en sí mismos, sino que, además, aprovechan su andar para dejar “su propia” huella. Si las huellas del tiempo en nosotros son el envejecimiento, nuestra huella en el tiempo es lo que llamamos “testimonio”.

El valor del testimonio es el de permanecer presentes más allá del aquí y ahora, más allá del tiempo actual. El testimonio es como la huella digital de una vida, que no se define por un acto, sino por
una actitud sostenida en el tiempo. Algunos lo podrían equiparar con “la obra”, pero creo que es más humilde y más profundo a la vez, hablar de testimonio. Es más inmediato y conmovedor, porque asume con más definición su carácter de espontáneo e involuntario. “Dejar testimonio” es algo impensado, no querido o procurado. No trabajo para dejar testimonio de nada, sino, simplemente, soy mi testimonio. Por eso mismo, me seguirá haciendo presente por toda la eternidad.

Muchas veces paso por monumentos o edificios majestuosos, que conservan en un rincón una placa con el nombre de su constructor. Salvo el caso de arquitectos renombrados (y aún así), se trata de anónimos para el gran público, desconocidos, de los que nunca se reconocería autoría de la obra. Porque la obra hace pasar desapercibido a su autor. Sin embargo, muchas veces recuerdo a alguien, seres queridos, y es su testimonio el que los hace vigentes, vivos inmediatamente. Enfrento una preocupación y se me hace presente mi madre, a partir de su humor, y me relajo y la resuelvo; me cruzo con un indigente en la calle, y se me hace presente aquel otro, con su solidario modo de vivir, y vuelvo sobre mis pasos para ayudarlo; y así, los “testimonios”, identifican a cada uno y nos ayudan como mensajes sabios para seguir viviendo.

El testimonio de Mónica será su sonrisa. Para mí, será su sonrisa. Ingenua, sencilla, modesta, humilde, pero suya. Y cuando la vida se ponga seria, cuando los días vengan serios, cuando los hechos se pongan serios… la sonrisa de Mónica será para mí, “el mensaje sabio” para poder superarlos. Así será. Gracias Moni.